El lanzallamas
Paseaba por la Gran Vía un orangután borracho que portaba un lanzallamas de la segunda guerra mundial. La gente no le reprochaba que hubiera bebido, porque al fin y al cabo se trataba de un orangután. Tampoco le reprochaban que hubiera nacido orangután, porque llevaba un lanzallamas y los orangutanes con lanzallamas dan mucho miedo a las pobres gentes. Con todo, muchos viandantes se enternecían y exclamaban "¡Qué mono...!"
Nuestro simio ficticio (que te crees tú eso) se dirigía como cada día a su trabajo. Era representante de gallumbos, bragas y tangas. Llevaba una maleta repleta de género de la más infame calidad, que lograba endosar a sus clientes gracias a su incomparable don de gentes. Solía entrar en las mercerías bromeando jocosamente, elogiaba la decoración dando botecitos mientras se llevaba las manos a los sobacos, plantaba el material en el mostrador junto con el libro de facturas y acto seguido se quedaba ahí de pie, mirando fijamente al dependiente y tableteando el ritmo de la Cabalgata de las Walkirias con los dedos sobre el lanzallamas.
Con este sistema obtenía pingües beneficios, que luego invertía en la bolsa. Se trataba de una gran bolsa de cacahuetes, que por aquel entonces estaba adquiriendo dimensiones gigantescas. No obstante, no solía comer mucho. Era un orangután tacaño, cuyo objetivo no era otro que acumular más y más cacahuetes. Gil Mono, le llamaban algunos.
Aquel día se sentía un poco mareado, puesto que su habitual dosis de anís "El Mono" había sufrido un importante incremento. ¿Sería el estrés, el exceso de trabajo, los problemas de conciencia que a veces sufría en momentos de simesca lucidez? Las posteriores investigaciones no arrojaron suficiente luz sobre los hechos que acontecieron aquella triste mañana.
Caminaba, decíamos, nuestro representante de bragas por la Gran Vía. Iba pensando en presentarse a las elecciones, quizá recogería algunas firmas con su magnética capacidad de persuasión. De pronto sintió un incómodo golpe en su hombro. Se paró, volvió la cabeza y ahí estaba parado aquel tipo de unos treinta años, que con mirada aturdida se frotaba su propio hombro mientras decía: "Usted perdone, se ve que nos hemos tropeza..."
"¡Hostias!" -pensó el mono- "hostias, se me ha disparado el lanzallamas. Y ahora ¿qué hago?"
"Hostias".
Nuestro simio ficticio (que te crees tú eso) se dirigía como cada día a su trabajo. Era representante de gallumbos, bragas y tangas. Llevaba una maleta repleta de género de la más infame calidad, que lograba endosar a sus clientes gracias a su incomparable don de gentes. Solía entrar en las mercerías bromeando jocosamente, elogiaba la decoración dando botecitos mientras se llevaba las manos a los sobacos, plantaba el material en el mostrador junto con el libro de facturas y acto seguido se quedaba ahí de pie, mirando fijamente al dependiente y tableteando el ritmo de la Cabalgata de las Walkirias con los dedos sobre el lanzallamas.
Con este sistema obtenía pingües beneficios, que luego invertía en la bolsa. Se trataba de una gran bolsa de cacahuetes, que por aquel entonces estaba adquiriendo dimensiones gigantescas. No obstante, no solía comer mucho. Era un orangután tacaño, cuyo objetivo no era otro que acumular más y más cacahuetes. Gil Mono, le llamaban algunos.
Aquel día se sentía un poco mareado, puesto que su habitual dosis de anís "El Mono" había sufrido un importante incremento. ¿Sería el estrés, el exceso de trabajo, los problemas de conciencia que a veces sufría en momentos de simesca lucidez? Las posteriores investigaciones no arrojaron suficiente luz sobre los hechos que acontecieron aquella triste mañana.
Caminaba, decíamos, nuestro representante de bragas por la Gran Vía. Iba pensando en presentarse a las elecciones, quizá recogería algunas firmas con su magnética capacidad de persuasión. De pronto sintió un incómodo golpe en su hombro. Se paró, volvió la cabeza y ahí estaba parado aquel tipo de unos treinta años, que con mirada aturdida se frotaba su propio hombro mientras decía: "Usted perdone, se ve que nos hemos tropeza..."
"¡Hostias!" -pensó el mono- "hostias, se me ha disparado el lanzallamas. Y ahora ¿qué hago?"
"Hostias".
Juan Abarca