Faraónicamente

Category: By MgL
Adolfo Fito camina por la zona comercial de la calle de Alcalá en dirección a su casa. Su porte sin parangón, su simpar tronío y su singular prestancia hacen que todo el mundo se vuelva admirado y le señale. O quizá se trata del hecho de que lleva la polla fuera.

Y es que Adolfo Fito siempre lleva la polla fuera. Se trata de una promesa. Algunos visitan Lourdes, otros la Meca, otros más castizos le ponen una vela a algún santo o se hacen un nudo en el cuello, pero Fito se contenta con que la brisa acaricie permanentemente su pseudópodo.

Físicamente es un tipo normal: dos ojos, dos brazos, etc. Pero si esta descripción no bastare, no os preocupéis, que el día en que os topéis con él lo reconoceréis en seguida.



Me interesa...





Adolfo recuerda el último verano, cuando su falo se requemaba gustoso al sol y se ponía moreno hasta parecerse a los chorizos de las ferias: rojos, relucientes y grasientos.

A veces, para entretenerse, le pintaba ojos y boca. Luego la sujetaba con un mecanismo de los que se usan para mover las marionetas y se paseaba orgulloso, pavoneándose y haciendo gala de sus dotes de ventrílocuo. Su entrañable personajillo proporcionaba gratos momentos de diversión a las familias con las que se cruzaba, pero no aceptaba monedas. Él lo hacía por gusto, de hecho solía acabar eyaculando. Su sueño era convertirse en alguien como Jose Luis Moreno. ¡Ah, si pudiera ser como él: un personaje público al que todo el mundo, sin excepción, odia!

Pero nuestra historia se desarrolla en medio del más crudo invierno, y Fito lleva en esta ocasión el badajo sin pintar. Las temperaturas han bajado extraordinariamente estos días, y se ve obligado a proteger su lustroso glande con un patuco, reforzando el conjunto invernal con un jersey a medida, en plan caniche, que le ha tricotado la portera en las largas tardes de otoño mientras murmuraba sin descanso, para sus adentros: "¡Ay, este hombre, que me va a coger frío!".

De esta guisa aparece Fito en Ciudad Lineal, zona también denominada La Cruz de los Caídos, no sé por qué cojones, porque para empezar la cruz esa en cuestión no está en ese lugar, sino que la pusieron por ahí en una montaña sobre el marchito fiambre del extinto caudillo para que la veamos todos y nos podamos acordar del ancestral oficio de su ilustre madre con la frecuencia que ésta merece. Por otro lado, además de no haber ninguna cruz ¿o me habré fijado mal? hay que reconocer que caídos hay en todas partes. La gente se escuerna sin preocuparse de dónde lo hace. O ¿es que se trata de una suerte de triángulo de las Bermudas, contra cuyo alicatado la gente se afostia con particular insistencia?

Total, que llega allí el interfecto y de pronto se para, anonadado, con los pelos como escarpias y los testículos trenzados en espontáneo torniquete. Con la vista alzada todo lo que su cuello le permite, la boca abierta de par en par en bovina actitud, observa petrificado el espectáculo que se le presenta.

"Pero ¿esto siempre ha estado aquí?", se pregunta. "Pero ¿qué coño hace aquí esta especie de chorra gigante, erecta, pulida y metálica que pugna por alcanzar al mismísimo Dios Padre que está en las alturas?"

Tras unos minutos de dura reflexión llega a la conclusión de que el susodicho obelisco pertenece a la época faraónica. Se lamenta Fito de no haberse aplicado más en los estudios. Ahora sabría de qué época data este enorme mausoleo que tiene ante sí. "A ver... Keops, Kefrén, Micerinos... ¡¡¿Ahorramás?!! ¡Cine Nosecuantos! ¡Tienda Nosequé! ¡Copón!".

Efectivamente, aquella aberración del progreso no es otra cosa que un cacho de columna que sirve de macro-cartel al abominable centro comercial que tiene a su lado. Fito se enfada mucho, pero no porque le moleste el tan antiestético artefacto, sino porque se siente como un ignorante: la de nombres de faraones que no conoce.

Así que Adolfo Fito propina una desmesurado patadón a la megalómana columna, que se derrumba y chafa a su agresor por completo. Se acabó el personaje, pero no importa. Era un poco imbécil Adolfo ¿no? Yo, vamos, ningún problema por haberlo matado. No quiero secuelas, además.

De todas maneras, total, Adolfo Fito no existe. Es un cuento, joer. Lo malo es que la columna esa de los cataplines sí que es real, y está de pie en su emplazamiento habitual, o al menos lo estaba la última vez que pasé por ahí. A lo mejor si cada persona que pasa le diera una pequeña coz, al cabo de un tiempo...

Hum...

Juan Abarca
 

0 comments so far.

Something to say?